Hace unos años permití que mi blog, con miles de visitas, muriera. El motivo es que fuí dejando de lado la fotografía a medida que iba ampliando mi familia. Durante este tiempo me he centrado en mi manada de lobos, en reciclarme a nivel profesional y en tratar de cuidarme física y psicológicamente. Porque también he pasado por momentos personales duros, con el desgaste emocional que eso supone.
Antes de eso, como cualquier apasionado de la fotografía, pasé por una época en la que ésta me obsesionaba.
Pero aclaro, en mi defensa, que nunca he sido muy amigo de los selfies, ni de documentar cada minuto de mi vida en redes sociales, ni de tirar fotos compulsivamente a todo cuando voy a un sitio nuevo. Mi obsesión va por otros derroteros.
Creo que la fotografía se me da bien (o no se me da especialmente mal) porque soy una persona paciente y guardo la cámara hasta el momento adecuado. No he invertido ingentes cantidades de dinero en viajes organizados, cursos o libros. He invertido mi tiempo y esfuerzo personal. Soy lo que se suele llamar un autodidacta.
Y eso acabó pasando factura.
Siempre he sido muy solitario a la hora de ir a buscar nuevas imágenes. Cada una de mis fotos requería meses de anticipación para investigar, madrugones, viajes y mucho tiempo en solitario o como mucho en compañía de algún buen amigo de confianza. Así es como más disfruto de la fotografía.
Pero a medida que iba teniendo menos tiempo, más me costaba seguir porque no podía mantener mi nivel de autoexigencia. Y eso me desmotivaba. Entré en un círculo vicioso.
Hay muchas cosas que un fotógrafo puede hacer para tratar de encontrar nuevas motivaciones, pero yo decidí dejarlo estar. Pensé que era más sano dejar mi afición en barbecho hasta recuperar el tiempo o las ganas de disfrutar de ella. A fin de cuentas, mi espacio personal ya estaba ocupado por otras preocupaciones. Y de qué manera.
Durante un tiempo, mi contacto con la fotografía se redujo a tomar imágenes de mis hijos. A fin de cuentas, representan el tiempo de mayor calidad del que disfruto a lo largo del día. Es natural que quiera acompañarlo, de vez en cuando, de la cámara.
Se que una crítica frecuente que se suele lanzar hacia los que hacemos fotos es que no nos permitimos disfrutar de los momentos.
Pero yo no estoy de acuerdo con eso.
Al contrario de lo que se suele pensar, fotografiar aquello que vivo me hace disfrutar más aún de la experiencia. Hacer una foto de un momento especial me permite prestarle mayor atención.
Sé que puede sonar contradictorio pero es así.
Richard Learoyd, uno de los grandes fotógrafos contemporáneos, utiliza cámaras antiguas y aparatosas para ponerselo difícil a sí mismo. Le "permiten" tomarse su tiempo en la producción de una imagen. Sus fotografías no son para nada espontáneas: basta mirarlas para intuir que ha puesto mucho empeño en construirlas.
Y esa es mi forma de entender la fotografía. Se que no es la única, ni la mejor. Pero es la que más disfruto.
Mi conexión con el mundo exterior, desde la soledad que exige mi obsesión, es alguna red social (que no me gustan demasiado) y esta web.
Así que a partir de este momento la retomo. Sin más.